Querida Cris:
Se hicieron varias concentraciones en tu nombre, en repulsa de tanta crueldad, y en cada homenaje estuvieron tus amigos, tu familia, todos los que te seguimos queriendo y llorando. Han pasado más de tres largos años y aún seguimos sin justicia. Es devastador, insoportable, que un asesinato tan claro necesite tantos años para llegar a juicio. La justicia debería quitarse de una vez la venda que simboliza la imparcialidad… esa imparcialidad no existe. Si la hija del rey hubiera muerto como tú, ya se habría hecho justicia hace mucho tiempo. Existe un doble rasero cruel: uno para los poderosos, y otro para los que, como nosotros, seguimos con la voz rota exigiendo verdad y justicia.
Para todos, tu brutal asesinato será siempre una herida abierta que no deja de sangrar. Mi niña, los días pasaban tras tu entierro, y la felicidad se convirtió en un eco lejano, un recuerdo que dolía más que consolaba. Cada instante que compartimos juntas, cada abrazo, cada conversación trivial hoy son mi mayor tesoro, mi tesoro perdido, arrancado de mis manos antes de tiempo. Sigo llorando al recordar que aún tenías tanto por vivir, tanto por soñar, tanto por dar… y yo me quedé aquí, atrapada en el dolor, la impotencia y la injusticia.
La primera vez que fui a la compra sin ti, olvidé la mitad de la lista. No podía pasar por los pasillos de perfumería ni de maquillaje… se me llenaban los ojos de lágrimas y tenía que salir de allí, derrotada, con el carrito a medio llenar.
En casa, la ausencia era insoportable. Gabriel decía: “ahora todo está tan ordenado y no hay ruido”. Y era verdad. Contigo, la casa vibraba: siempre con música, cantando, jugando como loca con Scooby, entrando con esos portazos en la puerta verde del patio delantero que hasta los vecinos la extrañan. Eras mi cascabel.

La casa se sentía viva contigo. A veces venían tus amigas, que se quedaban a dormir, convirtiendo las noches en confidencias interminables. Otras, con tus juegos de mesa en la buhardilla, con música y carcajadas que llenaban cada rincón. Cariño, la buhardilla ha estado dos años sin tocarse… dolía subir.

Las primeras semanas fueron un auténtico infierno. La abuela, con su memoria tan frágil, cada día volvía a descubrir tu muerte y hacía preguntas y afirmaciones muy dolorosas… y cada vez lloraba más y con tanta amargura que nos arrastraba a todos al mismo infierno.
Sabes, mi vida, una noche, la abuela me despertó a las cuatro de la madrugada diciéndome: “Cris se ha ido y se ha llevado mis llaves”. (Le escondió papá las llaves para que no se fuera de madrugada al cementerio)Yo, medio dormida, primero me desperté alegre, era como si por un instante todo hubiera sido un mal sueño… pero en un segundo, miré a la abuela, estaba vestida con ropa de calle (a esa hora), y comencé a llorar y sentí un profundo dolor físico, real, clavándose entre mi pecho y mi garganta.
Scooby y la abuela subían una y otra vez a tu habitación, como buscándote. Al final tuve que deshacer tu cuarto. No quería hacerlo tan pronto, pero luchar contra la abuela en ese estado, y yo tan destrozada, las dos medicadas, era insoportable. Quisimos proteger a Gabriel de ese derrumbe, pero era imposible.
Así que… una tarde me armé de un valor que no tenía en ese momento y entré sola en tu habitación. Llorando sin parar, fui decidiendo qué guardar y qué tirar. Y hasta tirar tu basura me dolía. Llené cajas con tus cosas, tu ropa, tus gafas… tantas cosas que aún conservo y de vez en cuando saco solo para verlas.
Guardé mucha de tu ropa: a veces abro las cajas solo para olerla y volver a sentirte. Tenías tantísima ropa, que también repartí parte de ella entre tus mejores amigas, convencida de que tú también lo habrías querido así.
Mi niña, en medio de tus cuadernos, apareció algo que me dejó sin aliento: dos cartas. Una iba dirigida a Edu y se la entregué; la otra iba dirigida a mí. Las dos estaban con letra a sucio; siempre pasabas todos tus apuntes a limpio. Esta carta la guardo como algo muy, muy valioso…
