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Querida Cris,

Nadie parece ver que la felicidad completa no existe. Yo creía que no era plenamente feliz, y sin embargo, lo era, aun cargando con dolores crónicos, aun enfrentando mi discapacidad física… A tu lado, incluso en mis días más oscuros, había destellos de alegría que tú sabías iluminar con tu risa, con tu mirada, con tu increíble humor o tu simple existencia.

Pero aquella felicidad, que yo creía no poseer, se rompió bruscamente aquel 30 de junio, a las cinco de la tarde. Dos chicas llamaron a la puerta, trayendo a Scooby, cubierto de sangre, y me dijeron con voz temblorosa:
—A tu hija la han apuñalado.

Por un instante, no podía creerlo. Apenas habías salido hacía unos minutos… pero entonces mis ojos vieron a Scooby, completamente manchado de sangre. Con el corazón en la garganta, llamé a papá y nos lanzamos hacia la calle, dejando que el miedo nos empujara a cada paso. Gabriel también corría con nosotros, solo tenía trece años y fue testigo de aquella imagen que jamás olvidará. Yo, que como ya sabes apenas puedo correr, me vi obligada a hacerlo; cada paso me dolía, mi cuerpo gritaba, y mi corazón latía a mil, desbocado por el miedo y la desesperación.

Al llegar al parquecito, te vi tirada en la carretera, sobre el asfalto abrasador de aquel 30 de junio, envuelta en sangre, todo el pelo toda tu cabeza. De tu boca brotaba sangre, de todo tu cuerpo. Leonor, una vecina, sostenía su propia camiseta contra tu garganta acuchillada, tratando de detener la tragedia.

Yo solo quería desaparecer, morir en tu lugar, me habría cambiado por ti mil veces… lo sabes, lo sabes, mi vida. Cada segundo frente a esa escena me hacía pedazos. Pensaba en tu dolor, mi niña, mi pequeña desesperada en aquella situación…

Sabía que no debía moverte, pero no podía contenerme y te pregunté:

—Cris, ¿estás bien? —

Y me contestaste… creo… no sé si realmente hablaste o solo fueron gestos. Quise creer que me hablabas, pero estaba tan conmocionada que mi mente buscó cualquier señal de vida. Quizás solo hiciste un gesto afirmativo, para calmarme. Esos gestos tan comunicativos que solo tú y yo entendíamos, que tantas veces nos hicieron sentir conectadas…

-¿Quién hizo esto a mi niña?-

Yo, sabía la respuesta, lo supe al instante y pronuncié su nombre, ese nombre que hoy no se puede decir, porque parece que se protege más a un asesino en prisión que a una joven que fue brutalmente asesinada, que fue arrebatada de nuestras vidas antes de tiempo.

Luego llegó el Samur… La policía me alejaba, tratando de protegerme, pero yo necesitaba acercarme, necesitaba abrazarte, Cris. Todo mi cuerpo temblaba, y no podía convencerme de que esto fuera una pesadilla; deseaba con todo mi ser que lo fuera. Quería gritar, gritar hasta que el mundo entero escuchara mi dolor. Pero no podía gritar. No sé por qué no lo hice… estaba atrapada por el miedo, la desesperación y el dolor que me desgarraban por dentro.

Te metieron en la ambulancia para estabilizarte, y yo me quedé allí, mirando cómo te alejaban. Vi cómo te rompían con tijeras toda la ropa, dejándote desnuda ante el mundo, Cortaban tu ropa con unas tijeras, tu top rojo, el que yo tejí con tanto cariño, tu sujetador, tirados en la calle, mezclados con los charcos de tu propia sangre. Esa imagen, mi vida, esas fotos mentales de aquel instante, nunca se borrarán. Sigo viendo tu cinturón el del corazón de metal plateado, tirado entre el resto de tu ropa ensangrentada, recuerdo los charcos de sangre… Cada vez que lo recuerdo, siento que una parte de mí también se desgarró contigo, que me arrancaron un pedazo de alma junto a la tuya.

Más tarde, una doctora habló con papá e intentó transmitirnos algo de esperanza. Nos quedamos aferrados a esa frase llena de esperanza. La policía intentaba calmarme y se portaron muy bien, igual que algunos vecinos. Recuerdo a Gabriel diciéndome: “Mamá, va a salir, verás que saldrá adelante”. Pero yo solo quería abrazarte y besarte, mi vida, sentir que estabas a salvo y segura.

Cariño, luego te metieron en un helicóptero para llevarte al Hospital 12 de Octubre. Yo estaba desesperada, aterrorizada, y el helicóptero no despegaba. —¿Por qué no despegaba?— preguntaba una y otra vez, con el corazón en un puño, aferrándome a la esperanza de que todo fuera solo un mal sueño. Después supimos que sufriste dos paradas cardíorespiratorias, una en la ambulancia y otra en el helicóptero. Fueron demasiado graves… estuviste en parada más de seis minutos.

Preparé un bolso grande, lavé tus gafas, cubiertas de sangre, y organicé todo lo necesario para poder quedarme contigo en el hospital. Esa era mi única esperanza, Cris: poder cuidarte, abrazarte y estar contigo, aunque algo me decía -que ya todo mi mundo se había roto-.