Menú Responsive

Querida Cris:

Lentamente tus tíos, papá y yo fuimos caminando hacia el coche, deshechos. Era como si ya no fuéramos nosotros, como si solo caminasen nuestras sombras, despegadas de nuestros cuerpos ante aquel amanecer inminente del 1 de julio. Pero yo seguía con frío, luego comprendí que ese frío no venía de fuera, sino de dentro, no era físico, era un frío… Creo que me mimeticé con tu muerte, me habías contagiado tu quietud helada, por última vez las dos envueltas en un mismo sentimiento.

Papá y yo, de vuelta a casa en el coche, llorábamos desconsolados mientras intentábamos, entre sollozos, imaginar cómo le contaríamos a tu hermano todo aquello. A veces la rabia nos estallaba en la boca, otras nos quedábamos atrapados en un silencio lleno de preguntas sin respuesta.

¿Por qué? ¿Por qué a ti? ¡Qué desgracia tan inmensa, tan inhumana! ¿Cómo podía ser que una niña tan buena, tan dulce, tan llena de ternura y de vida, fuera arrancada de este mundo de una manera tan cruel, brutal y despiadada, a manos de un ser sin alma?

Cuando callábamos, mis pensamientos me arrastraban a un vacío oscuro, infinito. Me detenía en cada uno de mis suspiros… y me decía: yo respiro… mi Cris, NO. Cada segundo sin tu corazón latiendo me dolía como si me arrancaran el alma, mi Cris, mi bebé. Y no había nada, absolutamente nada que pudiera hacer. La impotencia me ahogaba, me rompía por dentro, como si todo mi ser se desplomara en ese silencio eterno que te envolvía.

Al entrar en casa… solo había silencio, era muy temprano y tuvimos que despertar a Gabriel para decirle lo que nadie, con 13 años, debería escuchar. Fue un dolor tan grande que las palabras se negaban a salir; también le contamos a tu abuela, lo siento no puedo describirlo, no puedo ponerlo en palabras sin que se me rompa algo más por dentro, pero jamás lo olvidaré.

Gabriel quería ir a verte al hospital, pero papá, con su calma serena, le explicó que no podía, sin entrar en los detalles que ya nosotros habíamos presenciado, para protegerlo. Gabri quería ir a despedirse de ti, quería verte una última vez, pero con apenas trece años no podíamos dejar que te viera así. Ya había visto demasiado.

Gabri se puso a llorar, sin consuelo, porque él estaba convencido de que te salvarías. Cada sollozo suyo era un pedazo de esperanza roto, un hilo de ilusión que se deshacía en sus pequeñas manos. No contaré todo lo que dijo; prefiero guardarlo en mi memoria, escondido en mi rincón secreto, para que nadie más pueda tocarlo. Allí permanecerá, como un tesoro doloroso, un reflejo de tu vida y del amor inmenso que nos dejaste.

Después teníamos que regresar al hospital, porque íbamos a donar tus órganos, como tu hubieras querido. Por eso seguías conectada, aunque ya no existías, sólo tu cuerpo permanecía allí, quieto, sostenido por las máquinas… Pero pensé que a través de otras personas, tú podrías seguir viviendo. Ese gesto tuyo, ese sería tu último regalo, era tu preciosa manera de permanecer aquí, dejando vida.